Solá y la guerra sucia
16 Junio, 2010 - 01:00
CREDITO:
Alberto Aguirre M.
Llegó a Aguascalientes hace tres semanas. Se instaló en una vivienda modesta del fraccionamiento Pirámides.
Llegó a Aguascalientes hace tres semanas. Se instaló en una vivienda modesta del fraccionamiento Pirámides. Llamó la atención por dos cosas: la camioneta Suburban blindada – modelo 2009, color gris, sin placas de circulación, con vidrios polarizados– por la que atravesó las calles de esa colonia de clase media y por habitar junto a una casa de seguridad del candidato panista a la gubernatura, Martín Orozco.
Antonio Solá Reche, sin embargo, no trabaja para esa campaña blanquiazul. O al menos, eso es lo que dice el candidato Orozco, quien involuntariamente lo destapó. "Aquí no está", respondió cuando le preguntaron por su asesor extranjero, "él trabaja en Zacatecas y Tlaxcala".
En efecto. Aunque era una verdad a medias. Solá instaló su centro de operaciones en la capital hidrocálida para dar media training de tres días a los candidatos Cuauhtémoc Calderón, de Zacatecas, y José Rosas Aispuro, abanderado de la coalición PAN-PRD-Convergencia, en Durango, quienes participaron la semana pasada en sendos debates.
Solá Reche –consultor de cabecera del PAN, desde la elección presidencial del 2006– se dejó ver en el debate zacatecano. Estaba en primera fila, justo frente al atril que ocupaba el priísta Miguel Alonso Reyes. Algunos testigos afirman que pasó 90 minutos tratando de sacar de sus casillas al adversario de su candidato, con señas y gestos molestos.
En realidad, perdió la vertical desde que Calderón sacó un expediente que involucra al abanderado tricolor en un fraude por más de 18 millones de pesos. Detrás de esa acusación, interpretaron después jerarcas del PRI, está el consultor de origen español, quien habría obtenido la nacionalidad mexicana hace dos años.
También en el debate entre los candidatos a la gubernatura de Durango, celebrado el pasado jueves 10, se notó la mano de Solá Reche, quien azuzó al dirigente estatal del PAN, Juan Carlos Gutiérrez, para que increpara a la esposa del candidato Herrera Caldera, quien a gritos defendió a su mujer, desde el escenario.
Los priístas, según las encuestas, llevan ventajas cómodas. La instrucción, para Aispuro y Calderón, es "bajarlos" a como dé lugar. Y Antonio Solá es quien les ha dado la fórmula: campañas "confrontativas", guerra sucia.
A Herrera Caldera lo acusa Rosas Aispuro de tener vínculos con el narcotráfico y de utilizar dinero proveniente de secuestros en su campaña. A Carlos Lozano, en Aguascalientes, incluso ayer lo denunciaron, ante la PGR, por peculado y enriquecimiento inexplicable.
Los estrategas priístas en esas tres entidades han generado una especie de "alerta roja" al resto de los contendientes en los otros nueve estados donde habrán de renovarse poderes, el próximo 4 de julio: viene una intensa guerra sucia. Serán dos semanas de "campañas negras", donde se exhibirán historias personales y afectarán a esposas e hijos.
Ya empezaron. En Puebla, donde el estratega de la coalición PAN-PRD-Convergencia es el ecuatoriano Roberto Izurieta, el "discurso de confrontación" involucró incluso a la agencia de noticias gubernamental, Notimex, que difundió un cable en el que se daba cuenta sobre la supuesta nacionalidad guatemalteca del candidato priísta, Javier López Zavala, con un documento de identidad de aquella nación.
Lozano de la Torre había enfrentado una acusación similar (doble nacionalidad), que no ha tenido mayor efecto en el ánimo de los votantes hidrocálidos.
Después de haber catalogado a Andrés Manuel López Obrador como "un peligro para México", Antonio Solá se ha convertido en el principal enemigo de los priístas. No utiliza los spots, sino las herramientas que ofrecen las redes sociales, los push polls y el brigadeo casa por casa.
Aunque sus recetas, como en Querétaro el año pasado y en Yucatán, no han pegado. Aunque no todo han sido amarguras para Solá. Estuvo con Guillermo Padrés en Sonora y logró cambiar la tendencia que favorecía al PRI.
Lo curioso es que sus incursiones en Centroamérica –en Guatemala y El Salvador– han transcurrido con más pena que gloria. Igual que en México, aunque los priístas le tienen miedo. Mucho miedo.
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